Wednesday, December 15, 2021

De tempus fugit

El tiempo vuela. Ya que tengo más de sesenta años, os puedo decir con cierta certeza que esa es una verdad que se puede dejar tallado en piedra. Los jóvenes no entienden porque no han vivido lo suficiente para darse cuenta del fenómeno. Sin embargo, día tras día, mes tras mes, año en año, van cambiando las páginas del calendario, y nadie, ni tu, ni yo, podemos hacer nada para evitar esta realidad. Ha habido los que han buscado la fuente de la eterna juventud y han muerto en el intento. Existen los fraudes que prometen secretos obscuros para no envejecer. Hay medicinas, potingues, y liquidillos que nos harán más jóvenes, pero al final las arrugas siempre ganarán, y las canas felizmente pueblan nuestras cabezas. Nos duelen los huesos, los músculos ya no son lo que eran, pero sí, somos más sabios que antes. La gran ironía es que no nos sirve de nada esa inteligencia acumulada. Somos viejos, ¿y qué? No cambia nada. Se nos escapan las horas, los días, los años y seguimos contemplando el siguiente puesto del sol como si fuera la primera que habíamos visto, y no el último. Vuelven a soplar los vientos fríos de invierno, nos cubren una fina capa de blanca nieve, y seguimos pensando en trivialidades inútiles de la política, la religión, y la libertad. Pronto volveremos al polvo desde el cual nacimos, y caeremos todos en el más profundo olvido. Mientras tanto, ¿debemos quizás enfocar en las cosas que nos hacen más felices? Una copa de vino, un soneto favorito, una película inolvidable, café con un amigo, ocho horas de sueño ininterrumpido, hacer pan en casa, un paseo en una playa al final del día, una conversación sin ironías, una visita al cementerio, construir algo con las manos, jugar a las cartas, mandar felicitaciones durante la Navidad, viajar. Quizás lo único que no debemos hacer es escoger la inmovilidad como nuestro modo de transporte.


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